Las razones para recordar el Día del Trabajador

Este primero de mayo en la mayoría de los países del mundo se celebra el Día de los Trabajadores, fecha conquistada hace 120 años para recordar y reivindicar la lucha de los Mártires de Chicago y la lucha de cada uno de los trabajadores del mundo en la actualidad. El Congreso Obrero Socialista celebrado en París en 1889, coronó esta jornada en homenaje a los sindicalistas ejecutados en EEUU por su participación en las protestas en reclamo del derecho de los obreros y obreras a trabajar ocho horas, durante una huelga iniciada el 1º de mayo de 1886. Luego de estas protestas, la justicia condenó y sentenció a la muerte al tipógrafo Georg Engel, a los periodistas Adolf Fischer, Albert Parsons y Hessois Auguste Spies, y al carpintero Louis Linng, quien para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda. El reclamo de los trabajadores era resumido por una consigna simple y concreta: “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”. Las mayores centrales sindicales estadounidenses eran la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo y la Federación Estadounidense del Trabajo (FET), esta última resolvió en octubre de 1884 que desde el 1 de mayo de 1886 la duración legal de la jornada laboral debería ser de ocho horas. Ese mismo año el presidente de EEUU Andrew Johnson promulgó la llamada Ley Ingersoll, estableciendo las ocho horas de trabajo diarias, y al poco tiempo 19 estados sancionaron normas que permitían trabajar jornadas máximas de 8 y 10 horas. El primero de mayo de ese año 200 mil obreros iniciaron la huelga mientras que otros 200 mil obtenían la conquista laboral con la amenaza de un paro. En Chicago las protestas siguieron el 2 y 3 de mayo, pero en este último día, durante un acto frente a una fábrica, la policía asesinó a seis personas, además de producir decenas de heridos. Frente a este hecho, se hizo una convocatoria para el 4 en el parque Haymarket en repudio a la violencia policial, actividad autorizada por el alcalde de la ciudad. En esa jornada 20 mil personas participaron de la movilización, aunque fueron reprimidas nuevamente por las fuerzas de seguridad que, luego de la explosión de un artefacto que produjo un policía muerto, comenzó a disparar contra la multitud matando e hiriendo a cientos de obreros. Dictado el estado de sitio, se detuvieron centenares de trabajadores que fueron golpeados y torturados, acusados del deceso del uniformado. El 21 de junio de 1886 se inició la causa contra 31 supuestos responsables, que luego se redujeron a ocho, de los cuales tres fueron condenados a prisión y cinco a la horca, en un juicio repleto de irregularidades. Entre ellas se encuentra la del juicio contra el periodista Fischer, en que la principal prueba en su contra fue la publicación de una proclama que comenzaba “Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!” “¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria”, destacaba Fischer en su artículo. Samuel Fielden, pastor metodista y obrero textil, fue sentenciado a cadena perpetua; Oscar Neebe, vendedor, debió cumplir 15 años de trabajos forzados, y Michael Swabb, tipógrafo, también cumplió cadena perpetua. El 11 de noviembre de 1887 fueron ejecutados Engel, Fischer, Parsons y Spies; aunque Parsons no estuvo presente durante las revueltas, se entregó para estar junto a sus compañeros. El célebre periodista cubano José Martí, en aquel entonces corresponsal en Chicago del diario argentino La Nación, describió los momentos previos de las ejecuciones: “Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro...” “Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: “la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora”. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable”, relató Martí. A finales de mayo de 1886 varios sectores patronales accedieron a otorgar la jornada de ocho horas a varios centenares de miles de obreros. La Federación de Gremios y Uniones Organizadas expresó que jamás en la historia de EEUU “ha habido un levantamiento tan general entre las masas industriales. El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a millones de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes, cuando hasta ahora habían permanecido indiferentes a la agitación sindical”.